Una de las experiencias más interesantes de la marcha 30 años de Baladre, para los que fuimos de Marea Roja, fue el contacto con unas personas que se creen lo de la igualdad de géneros y la practican. La parada en Madrid-Getafe giró alrededor del feminismo y el heteropatriarcado. En ella, entre otras cosa más movidas que relataremos en otra entrada, tuvimos un debate muy jugoso que giró alrededor de un texto elaborado por las compañeras de Coordinación Baladre que a continuación transcribimos. Un abrazo, la redacción
30
años de Baladre, 30 años de Renta Básica de las Iguales para
combatir el heteropatriarcado capitalista.
Dentro
de las luchas de los feminismos, con sus lógicas diversidades y sus
variados planteamientos, subyace, al tiempo que marca la linea de
enfrentamiento contra el sistema, la persistencia desde hace siglos
(e incluso milenios) del ejercicio del poder patriarcal sobre las
mujeres de tal forma que lo femenino sufre una profunda e
inexplicable dinámica de opresión por parte de los hombres y lo
masculino entronca con total facilidad con el sistema económico
liberal, nacido en el siglo XIX al amparo de la expansión
imperialista europea, del que deriva el actual sistema capitalista y
que ha evolucionado siempre en una curva ascendente de opresión de
las personas y por ende de las mujeres.
La
aparición de la “esfera de lo privado”, reservada a las tareas y
modos de vida deseables para las mujeres, no responde a unos nuevos
tiempos, sino que institucionaliza socialmente una ancestral manera
de subyugar lo femenino. En un sistema en el que todo es objeto de
compra-venta, en lo que todo se convierte de forma paulatina en
mercancía y por tanto adquiere un valor económico, observamos como
la vieja división sexual del trabajo adquiere una nueva dimensión,
adjudica un valor preponderante a todas aquellas labores no
relacionadas con los cuidados, y asocia éstos a las labores
domésticas y por tanto a las obligaciones impuestas a las mujeres.
De esta manera en pleno siglo XXI vemos que se ha evolucionado bien
poco en la consideración y justicia social hacia las mujeres y lo
femenino por extensión. Vivimos en una sociedad en la que persisten,
porque se entienden como normales, las diferencias entre sexos,
diferencias que se manifiestan en lo laboral, en el acceso a la
riqueza o incluso en las relaciones personales, en las que el
maltrato, vejación o incluso el asesinato de mujeres está al orden
del día. Situación de subyugación, que no es natural aunque la
arrastremos desde tiempos ancestrales, pero que es justificada,
afirmada, sostenida e institucionalizada por el actual sistema
económico-social y político.
Por
ello, desde que nos planteábamos, en los primeros momentos de la
Renta Básica de la Iguales, que ésta sería una herramienta de
lucha contra el capitalismo liberal, vimos, desde el punto de vista
de género, que era, también, nuestra herramienta para romper con el
heteropatriarcado atávico que ha presidido la historia de la
humanidad. La Rbis cuestiona el papel central que juega el empleo en
el marco capitalista, destacando su incapacidad para garantizar unas
condiciones de vida digna y en libertad. Idea que entronca con los
planteamientos de la economía feminista, crítica con la
consideración del mercado-empleo-trabajo-asalariado como elementos
centrales del análisis económico clásico, tesis que obedece a una
visión androcéntrica de la ciencia económica y que obvia las
actividades que tienen lugar en la esfera privada o en otras en las
que no media un intercambio monetario (voluntariado, trabajo
comunitario, etc...), aunque estas generen bienestar, una vez que se
dirigen a satisfacer las necesidades de las personas, y por ende,
también generan riqueza.
Para
la economía feminista, las relaciones de genero, conectadas a otros
ejes de poder y opresión (clase, etnia, identidad u orientación del
deseo, etc...) atraviesan el sistema económico dando lugar a la
pugna de dos lógicas contrapuestas: por un lado la lógica del
Capital y los mercados, que opera bajo el principio de la acumulación
de beneficios; y por otra la lógica de los cuidados, que tiene como
finalidad sostener la vida, satisfacer necesidades y generar
bienestar.
Así,
tanto la respuesta de la Rbis como los planteamientos feministas
destacan la diferencia entre empleo y trabajo, considerando que en
este último se encuadra una serie de actividades que se llevan a
cabo fuera del mercado y que son de plena utilidad y valor social,
como son los trabajos de cuidados (1). Trabajos que producen bienes y
servicios necesarios para la supervivencia y el bienestar de las
personas, muchos de ellos de casi imposible satisfacción en el
mercado (p.e. Regulación y seguridad emocional, socialización,
afectos, etc...) Por lo tanto, exceden la satisfacción de
necesidades de la supervivencia “biologica” de los cuerpos y se
vinculan, también, con tareas relacionadas con lo emocional y
subjetivo, dirigiéndose pues a generar calidad de vida, autonomía,
afectividad, comunicación, relaciones, etc...
El
sistema capitalista se beneficia de todas esas habilidades, cuyo
desarrollo se carga sobre las personas que asumen las tareas de
cuidados, históricamente las mujeres, para tener, así al resto de
mano de obra preparada para el mercado laboral.
Mediante
este mecanismo, la clase propietaria se apropia de recursos que son
de naturaleza colectiva, dedicándolos a sus fines individuales y de
enriquecimiento. Mas los procesos de trabajo son de índole global,
por lo que la producción de valor tiene carácter social, no
individual (no solo interviene en la producción la trabajadora o
trabajador en su jornada laboral) Hay toda una cadena productiva que
es sistémica, donde las áreas de producción y de cuidados, o
reproducción, van unidas. Realidad que no recogen ni el PIB y demás
indicadores económicos, pues no reflejan el peso de los bienes y
servicios generados por los trabajos de cuidados, bienes y servicios
que, como se expuso anteriormente, van mucho más allá de la lógica
utilitarista y productivista, ya que cumplen funciones de bienestar y
calidad de vida.
En
definitiva, si estos trabajos generan riqueza y bienestar para la
comunidad, las personas involucradas en estas tareas (que
potencialmente podrían ser todas si rompemos con la dañina e
histórica división sexual del trabajo y, por lo tanto, con la
naturalización de dichas tareas como propias de una supuesta
“condición femenina”) deberían poder acceder a los recursos
económicos que, de forma indirecta, producen. Así pues, es la
condición de ser humano, caracterizada por la fragilidad y
vulnerabilidad (es decir, demandante de cuidados e interdependencia)
el elemento generador del derecho a ver cubiertas sus necesidades y
acceder a unas condiciones de vida saludables. Se trata de una visión
que pone la vida y la dignidad humana en el centro (punto de
encuentro entre los planteamientos feministas y la base teórica de
la Rbis) chocando con el enfoque liberal-burgués androcéntrico,
sustentado en la independencia, autosuficiencia y la libertad y
derechos individuales, aunque estos se edifiquen, ineludiblemente,
sobre la explotación y sometimiento de amplias capas de población.
Abre la puerta a pensar y elaborar un nuevo concepto de cuidadanía,
amplio e inclusivo (las Precarias a la Deriva hablan de cuidadania)
Por
contra, la interdependencia, que es posibilitadora de la cooperación
entre las personas para satisfacer necesidades y lograr objetivos
colectivos, entronca con la necesidad de distribución de la renta
(ya que todas participamos en la producción de la riqueza) y la
justicia social. Asumir la interdependencia y la necesidad de la
cooperación para mantener la vida, aporta una importante potencia a
la lucha y la acción política (racha, jerarquías, vanguardias,
revoluciones instantáneas armamentísticas, como denunció el
movimiento feminista Riot Grrrrrls)
Otro
punto de encuentro entre el enfoque feminista y la propuesta de la
Rbis es la cuestión de las necesidades humanas ¿Cuales son? ¿qué
significa vivir bien y con dignidad? La Rbis, sobre todo a través
del Fondo Común de la Rbis (el 20% del ingreso que se asigna a cada
persona) fomenta que este debate se de en el seno de una comunidad,
cuestionando la vigente lógica de satisfacción (y producción) de
necesidades por el mercado y transfiriendo su cobertura del ámbito
individual, mediante el intercambio económico, al ámbito colectivo,
al incorporar en la propuesta el mecanismo de que el 80% del ingreso
individual llegue a 0 y el 20% llegue a 100. El hecho de que la Rbis
se asigne de forma individual, reconoce y promueve la autonomía de
las personas al margen de los vínculos familiares, institución
patriarcal por excelencia, disciplinadora y violenta, posibilitando
el desarrollo de sus proyectos vitales y sus elecciones relacionales,
afectivas y sexuales.
Todo
ello nos lleva, pues, a transmitir y exigir a la sociedad un
auténtico planteamiento del sistema social, económico y político
que en base a una auténtica distribución de la riqueza, y no solo
la material y monetaria, acepte la Renta Básica de las Iguales como
herramienta para romper las disimetrias sociales y de género que
persisten en la actualidad.
(1)
Optamos por nombrar las actividades dirigidas a sostener la vida como
trabajos de cuidados, en lugar de trabajo doméstico (porque estas
actividades no siempre se desarrollan en esa esfera, p.e., las
abuelas -y en menor medida los abuelos- que cuidan a niños y niñas
en una plaza o parque) o trabajo reproductivo (optamos por romper con
la asociación entre dichas tareas y la función -atravesada
por un fuerte sesgo biologicista- reproductiva de las mujeres)